Trastornos de personalidad

Tratamientos dirigidos a niños, adolescentes y adultos:


La personalidad se va forjando en las primeras etapas de la vida (infancia, adolescencia y primeros años de la juventud), hasta conformar un patrón, interno y perdurable, a lo largo del tiempo, que repercute en nuestra forma de ver el mundo, relacionarnos con los demás, pensar acerca de nosotros mismos y de los demás, y se pone de manifiesto en las esferas privadas y públicas de nuestra vida.

¿Cuándo nuestra personalidad puede acabar desarrollando un trastorno?

Cuando esos rasgos o características de nuestra personalidad (de quiénes somos) se vuelven desadaptativos o rígidos, causando un deterioro funcional y un malestar subjetivo significativo, que persiste durante el tiempo, es decir, cuando no es algo pasajero en nuestra vida. Además, esta experiencia interna, asociada a determinadas conductas, afecta a las áreas emocional, cognoscitiva, del control de impulsos y/o en las relaciones interpersonales.

Los trastornos de personalidad se dividen en los siguientes:

  • Trastorno paranoide.
  • Trastorno esquizoide.
  • Trastorno esquizotípico.
  • Trastorno antisocial.
  • Trastorno límite.
  • Trastorno histriónico.
  • Trastorno narcisista.
  • Trastorno por evitación.
  • Trastorno por dependencia.

¿Qué factores pueden desencadenar el desarrollo de un trastorno de personalidad?

Debido a la complejidad de estos trastornos y, en muchos casos, a su severidad, su aparición está relacionada con varios factores que podrían concurrir simultáneamente, tanto en el ámbito neurobiológico (variables predisponentes, alteraciones bioquímicas, etc), psicológicas (los rasgos de personalidad, el impacto de variables de estrés y/o traumáticas, consumo de estupefacientes, etc), familiares (estilos educativos y o afectivos desorganizados, ausencia de figuras de referencia estables, violencia y/o abuso familiar, etc.), socioculturales (entornos sociales de deprivación económica y/o cultural, violencia social, etc).

Tratamientos recomendados:

En muchos casos, a causa del deterioro y la desorganización vital que se deriva de estos trastornos, los tratamientos deben plantearse a largo plazo, con el objetivo de ayudar a estos pacientes a desarrollar habilidades personales e interpersonales que les ayuden a gestionar de un modo más adecuado su mundo interior y las situaciones de potencial estrés.

La psicoterapia resulta fundamental para que estos pacientes consigan un desarrollo personal que les permita sentirse mejor consigo mismos y con los demás. En muchas ocasiones, también necesitan tomar psicofármacos aunque su prescripción debería ser cíclica y revisable dependiendo del estado del paciente.